Ida Pietricovsky Oliveira, asesora del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en la norteña ciudad de Belem do Pará, destacó la falta de información sistemática sobre la salud de los indígenas, con base en datos recabados por enfermeros, profesionales y técnicos en las comunidades. La oficina de comunicación del Ministerio de Salud justificó a IPS las carencias por la inacabada etapa de transición en la asistencia sanitaria a los pueblos indígenas. En 2010 comenzó el traspaso de la gestión desde la Fundación Nacional de Salud a la Secretaría Especial de Salud Indígena (Sesai), adscrita al ministerio. Sea como fuere, la situación dificulta implementar políticas públicas que atiendan adecuadamente las necesidades de cada grupo indígena, con sus características diferenciadas. “Es un problema grave, que estamos tratando de dialogar con la Sesai”, dijo Oliveira a IPS. La forma en que se recogen los datos en cada región es diferente, lo que complica obtener informaciones cruzadas, explicó. Unicef y otras agencias de la ONU crearon oficinas con equipos multidisciplinarios para abastecer al Sistema de Vigilancia Alimentaria y Nutricional y mejorar así, junto con la Sesai, la nutrición en cada Distrito Sanitario Especial Indígena. Esta iniciativa comenzó por los niños y niñas del pueblo xavante, en el estado occidental de Mato Grosso, porque esa región registra altos índices de mortalidad por inanición y diarrea. “La idea es capacitar a los equipos para evitar nuevas muertes”, explicó Oliveira. “La mortalidad infantil en las áreas indígenas duplica la media nacional y la mejora en los indicadores es muy lenta”, dijo. El último informe sobre la violencia contra los pueblos indígenas brasileños del católico Consejo Indígena Misionero, con datos de 2011, incluye un capítulo titulado “La desatención en materia de salud”. Allí se describen 53 casos de negligencia en la atención sanitaria en 16 estados, que perjudica a 53.000 personas. El norteño estado de Amazonas tiene el mayor número de las incidencias. El informe se basa en noticias publicadas en diarios y revistas de las diferentes regiones y en reportes de los misioneros. Indica que hay una queja general en las comunidades indígenas: el abandono y la falta de profesionales de la salud, de medicamentos, de equipos, de transporte y de asistencia. De norte a sur, las necesidades son similares en este inmenso país con más de 195 millones de habitantes. De ellos, según el censo de 2010, se declaran indígenas 900.000, pertenecientes a 305 pueblos distintos y que hablan 274 lenguas. En Dourados, una ciudad del estado sudoccidental de Mato Grosso do Sul, la cercanía de la reserva indígena con la urbe incrementó los índices de alcoholismo, diabetes e hipertensión entre los aborígenes. La demarcación de las tierras de los yanomami, que habitan en el norte del país, forzó a los miembros de ese pueblo milenario a dejar su nomadismo, para quedar confinados en áreas próximas a destacamentos del ejército. Como resultado, pasaron a alimentarse con comidas procesadas, porque la pesca escasea en sus asentamientos y la tierra se dedica a la siembra. Cuando buscan auxilio médico en los puestos municipales, enfrentan los prejuicios y el rechazo. “Luchamos para que cada comunidad retome su autonomía y protagonismo en materia alimentaria”, dijo a IPS Sandro Luckmann, miembro del Consejo de la Misión entre Indígenas, de la Iglesia Evangélicas de Confesión Luterana en Brasil. Esa misión trabaja hace 52 años con los Caingangue y Guarani de la Tierra Indígena de Guarita, entre los municipios de Tenente Portela, Miraguaí y Redentora, en el sureño estado de Rio Grande do Sul, del que Porto Alegre es capital. El pueblo Caingangue es el tercero más numeroso de Brasil y Guarita su mayor asentamiento, según el censo de 2010. Luckmann recordó que la salud y la alimentación forman parte de un amplio proceso, que pasa por encontrar nuevos medios de producción. “La demarcación de las tierras no crea las condiciones para que la comunidad tenga soberanía alimentaria. Hay programas vinculados a uno u otro gobierno, no a una política pública estable”, criticó. En Guarita, mujeres y varones caingangues deben irse a trabajar en los frigoríficos cárnicos de las ciudades cercanas o como temporeros en las cosechas de manzanas, cebollas o uvas, forzados a vivir en condiciones precarias en alojamientos colectivos. “Hay relatos de que en la industria de la carne a los indígenas les dan los peores trabajos, los que nadie quiere hacer”, observó el indigenista. “Viajan hasta cuatro horas en buses para trabajar ocho horas y hacen el recorrido de vuelta para poder dormir en su casa”, detalló. Luckmann recordó que el artículo 231 de la Constitución brasileña establece que las demarcaciones de tierras indígenas, que establecen los territorios ancestrales, deben garantizar su reproducción física y cultural y la subsistencia de sus comunidades. Pero eso no ocurre, denunció. “Al hablar de seguridad y soberanía alimentaria, hay que pensar en el espacio territorial que ocupan los indígenas y que las alteraciones en sus condiciones de vida producen deficiencias nutricionales y problemas de salud”, reflexionó. El Caingangue Marcos Antonio Ribeiro, coordinador de la Sesai en Guarita, confirmó que los cambios de los hábitos alimentarios tradicionales indígenas por una dieta menos diversificada y con productos procesados, provocó el aumento de la desnutrición, la anemia y la hipovitaminosis en la tierra indígena. Antes, este pueblo vivía de la producción de maíz, calabaza y frijol, y de la recolección de productos silvestres. Pero sus integrantes cambiaron su dieta por la facilidad de adquirir los alimentos procesados comercialmente, la falta de tierras productivas y el uso indiscriminado de pesticidas, lo que ha hecho desaparecer varias plantas autóctonas. Ribeiro explicó a IPS que los cambios alimentarios no solo provocan daños en la salud, sino en la cultura de los Caingangue, porque hay un conjunto de rituales conectados con la alimentación. Por ejemplo, “cuando un joven va a comer migas de torta (de maíz), el mayor de la casa le da en todo el cuerpo con sus manos y le hace tomar antes una infusión, pues los Caingangue creen que sin ese ritual los jóvenes se debilitan y sufrirán calambres de adultos”, relató. Antes, los Caingangue usaban hierbas medicinales y ahora buscan a los profesionales sanitarios, que encuentran a pacientes con diabetes, hipertensión, colesterol y altos niveles de triglicéridos. “En los últimos años hay cáncer a todas las edades y de todos los tipos entre los indígenas, inclusive entre los niños y niñas”, se lamentó. Formado en nutrición, Ribeiro promueve el retorno a los saberes tradicionales en las instituciones indigenistas y en las comunidades. Su propia madre murió por complicaciones de diabetes e integra una estadística todavía invisible para las autoridades de la salud.